Esta fiesta tiene un trascendental contenido histórico tradicional, y ha sabido resignificarse con el paso del tiempo, pero manteniendo vivo su origen cultural y simbólico. Remonta a las celebraciones de agradecimiento a la Pachamama realizadas por los diaguitas, habitantes originarios del lugar.
La Fiesta de la Chaya, es una vieja tradición religiosa de los viejos pueblos originarios de la ciudad, donde como parte del culto, los hermanos honran a la Pachamama arrojándose con alegría agua y harina de maíz. En efecto, chayar significa rodearse con agua, tal como lo hace la lluvia con la madre tierra.
La Chaya tiene sentidos diversos: es el festejo, es un ritmo folklórico característico de la región –en cierto modo una vidala acelerada- y es también una conocida leyenda de una indiecita enamorada. Actualmente, en esta celebración se funden tradiciones culturales, pasado y presente.
La celebración de la Chaya está hermanada a la celebración del Carnaval, pero es una ocasión donde todo el pueblo riojano celebra y honra aquella vieja leyenda local. Los festejos que se realizan cada año incluyen un gran festival musical donde se presentan las principales figuras de la provincia y del país en su conjunto, pero como sucede en otros casos, el clima festivo es algo que se vivencia en los barrios y en el pueblo, mucho más allá de cualquier escenario.
La tradicional leyenda cuenta el amor no correpondido entre una pequeña joven india “Chaya” hacia el príncipe de la tribu “Pujilay”, donde finalmente la muchacha se dirigió a la cima de la montaña a llorar sus penas y se convirtió en nube. Es de esta vieja tradición oral surgen los dos vocablos: Chaya, que significa agua de rocío –la forma en la que vuelve cada año la mujercita acompañada por la Luna- , impulso vital que además encierra el anhelo y la búsqueda de agua de todo el pueblo riojano; y Pujilay, que viene de la voz cacana y significa jugar, alegrarse. A su vez, representa a un héroe arrepentido, que al no poder concretar el amor hacia su amada, se vuelca a la borrachera, hasta que un día muere quemado en el fogón de la fiesta.
Por eso, la fiesta de la Chaya se inicia con el desentierro de un muñeco que representa al príncipe, espíritu de la fiesta, que muere al final, hasta que al año siguiente se desentierra nuevamente.
La escena del casamiento entre los héroes de la leyenda también se reproducen en los barrios, de muy diversos modos, algunos más tradicionales, otros más modernos, mientras el folklore y las peñas aportan la musicalidad a los festejos.
En todos los barrios se quema un muñeco simbólico como cierre de las celebraciones –una especie de expiación mítica-, mientras los participantes se arrojan harina y agua en un ritual que se llama “topamiento”. En esa oportunidad, todos son iguales, las diferencias sociales se borran por un momento y abren paso a un encuentro carnavalesco.
Por otra parte, en el Autódromo local se realiza un festejo de tres días donde se reúnen las máximas figuras del folklore local y nacional, como por ejemplo Abel Pintos, Jorge Rojas y Sergio Galleguillo.
La Fiesta Nacional de la Chaya, ofrece a quien la visita, la posibilidad de conectarse con múltiples tradiciones, la conexión con el pueblo diaguita, la comunión con la Pachamama presente en todo el simbolismo que rodea a la fiesta, además de propiciar la unión entre todos los asistentes que mediante los festejos, el intercambio de agua y harina de maíz, comparten alegremente una tradición ancestral que continua hasta nuestro días con la misma fuerza de antaño.
Cuando el español llegó a lo que hoy conocemos como La Rioja, sus habitantes eran los diaguitas, pertenecientes al grupo de los cacanos. Pero a ellos le habían precedido varias etnias andinas. Los diaguitas fueron sometidos al dominio del Imperio Inca, quienes en verdad les impusieron ese nombre, pero la lejanía les permitió una relativa autonomía.
En oportunidad de la conquiesta, el actual territorio riojano dependía de la Capitanía de Chile, pero posteriormente fue anezado al Virreinato del Perú, como parte de la provincia de Tucumán. En 1591, el gobernador Juan Ramírez de Velasco presidió una gran expedición con la cual fundó el 20 de mayo la ciudad de Todos los Santos de la Nueva Rioja. La zona tenía importancia por el cerro de Famatina, y la intención de encontrar allí plata. La ciudad se transformó en un importante centro de desarrollo socioeconómico. El nombre fue elegido en homenaje a la antigua comarca española homónima.
Durante la etapa de la Revolución de Mayo y la posterior guerra civil entre unitarios y federales, la ciudad fue escenario de importantes luchas. Cuna de Juan Facundo Quiroga y de Felipe Varela, es sin duda un símbolo del federalismo y del sentir nacional